Obsesión por el cliente
Hemos convertido en extraordinario algo que debería ser lo más normal del mundo; tratar bien al cliente.
Hace unas semanas terminé de leer el libro Hospitalidad irracional, de Will Guidara, y su enfoque me dejó pensando durante días. No porque quiera replicarlo, cada mercado y cada operación tienen su lógica, sino porque subraya algo que comparto plenamente; lo único verdaderamente irreplicable en esta industria es el trato humano cuando está bien hecho. La tecnología se estandariza, los activos se parecen, las estrategias se copian. Pero la capacidad de hacer sentir es única. Es lo que no me canso de transmitir, cómo convertir la atención al cliente en un eje cultural, cómo anticiparse a las necesidades del huésped y cómo usar la tecnología para liberar tiempo, no para sustituir humanidad.
Hemos llegado al absurdo de celebrar como excepcional lo que debería ser rutina; tratar al cliente con la atención que merece. En demasiados hoteles, atender con excelencia se percibe como un gesto extraordinario, cuando debería ser la base cultural de cualquier organización. Esta es una de las ideas que más repito, la atención no es una concesión; es un pilar.
La atención como cultura, no como proceso.
Uno de los grandes problemas del sector es que la hospitalidad dejó de entenderse como cultura y se transformó en procedimientos, protocolos y KPI. Todos útiles, pero ninguno capaz de sustituir la esencia de este negocio; hacer sentir bien al cliente.
Atender bien no es un premio que recibe el huésped cuando el hotel “tiene un buen día”.
Atender bien no depende de la simpatía del recepcionista de turno.
Atender bien no es un extra, es la base de cualquier negocio sostenible.
Y aquí es donde muchos hoteles fallan. La obsesión por los números, la operativa y los procesos ha desplazado lo fundamental; los resultados llegan cuando pones al cliente en el centro, no cuando lo conviertes en una métrica.
Si nos ceñimos a los datos, acabamos reaccionando solo ante las malas opiniones de nuestros clientes cuando ya es demasiado tarde: cuando publican su frustración en las OTAs como una mala review, y no todos lo hacen, así nadie lo hace. Simplemente quemamos a ese cliente sin siquiera saberlo.
La experiencia en este sector no falla y siempre acaba demostrando lo mismo.
Los hoteles que mejor tratan al cliente ingresan más, no por casualidad, sino porque un huésped bien atendido vuelve, recomienda y confía. Los que son capaces de anticiparse reducen fricciones, eliminan quejas antes de que existan y recortan costes donde realmente duele, en la ineficiencia. Y los que entienden que la hospitalidad es una cultura, no un departamento, son los que retienen a las personas que hacen posible todo esto.
Cuando una compañía se compromete de verdad con esta mentalidad, los resultados dejan de ser un objetivo para convertirse en una consecuencia.
Y ahí es donde empieza la verdadera diferencia.
Anticiparse es el nuevo estándar de la excelencia
El viejo mantra de “el cliente siempre tiene la razón” llega tarde, si el cliente tiene la razón, es porque ya tiene un problema.
La verdadera hospitalidad consiste en evitar que el problema aparezca.
Anticiparse es observar, escuchar, interpretar y actuar antes de que el huésped tenga que pedir nada. Puede parecer intuición, pero es un sistema que se construye a partir de dos elementos clave:
Criterio humano
Datos y tecnología bien aplicados
La anticipación no siempre se construye con grandes gestos. A menudo nace en detalles tan cotidianos que, cuando se hacen bien, parecen casi invisibles. Si un vuelo llega tarde, el huésped no debería preocuparse por nada: la habitación tiene que estar garantizada sin llamadas ni explicaciones. Si llueve, el hotel no puede limitarse a observarlo desde la ventana; debe avisar antes y ofrecer alternativas. Cuando un destino tiene poca oferta gastronómica nocturna, no es un problema del cliente, es una responsabilidad del hotel preverlo. Si vemos que una familia viaja con niños, la habitación debería adaptarse antes de que crucen la puerta. Y si la habitación está ya limpia, debemos ofrecérsela al cliente, es evidente que cuanto antes pueda entrar en su habitación será mejor, no tendrá que cargar con maletas o guardarlas temporalmente en otro sitio. Nadie quiere no ser bien tratado.
Pequeñas decisiones que transforman una estancia corriente en una experiencia fluida.
Esa es la diferencia entre reaccionar y anticiparse.
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Tecnología para liberar tiempo para ser más humanos y el equipo como centro de la experiencia.
La tecnología no compite con la hospitalidad. La lleva más lejos.
En Gaiarooms lo vemos cada día, la digitalización elimina tareas repetitivas y burocráticas, y eso devuelve al equipo el recurso más valioso que existe en un hotel, el tiempo para atender mejor.
La tecnología no está para impresionar; está para hacerse invisible. Cuando funciona, el huésped apenas la nota, pero todo se vuelve más sencillo. Empieza por lo básico: un check-in sin colas ni esperas, llaves digitales que no fallan y pagos o documentación que se completan sin esfuerzo por parte del cliente. Continúa en la operación diaria: mantenimiento centralizado, incidencias que se gestionan con precisión y un control en tiempo real del estado de cada habitación. Y, como capa final, asistentes conversacionales capaces de resolver dudas en segundos sin saturar al equipo.
No es ciencia ficción. Es la forma más lógica de mejorar la experiencia. Y es lo que permite que las personas se dediquen, por fin, a lo que solo pueden hacer las personas.
Pero lo más importante es cuando el equipo deja de ser parte del proceso para convertirse en parte de la experiencia.
No queremos personal atrapado escaneando pasaportes o imprimiendo papeles. Queremos personas que puedan dedicar tiempo a lo que sí genera valor:
escuchar, recomendar, resolver, ayudar, conectar.
Como suelo decir; la tecnología no nos resta humanidad; elimina fricción para que podamos aplicarla donde importa. Provoca la magia en la experiencia.
Un equipo que se siente protagonista crea experiencias memorables.
Un equipo que solo sigue procedimientos crea experiencias indiferenciadas.
No existe servicio excelente sin equipos excelentes. Y no existe equipo excelente sin estos tres pilares.
La obsesión por el cliente es la última ventaja competitiva en un mundo replicable.
Cada vez tengo más claro que el sector se dirige hacia un cambio profundo. Llevamos años mirando procesos, herramientas y métricas, y en ese camino hemos dejado que lo esencial pierda peso: el cliente. El futuro exige volver a ponerlo en el centro, no como discurso, sino como prioridad real de la compañía.
La obsesión por el cliente no es un mensaje bonito; es una forma de decidir. Significa que cualquier mejora, inversión o automatización debe responder a una pregunta sencilla, ¿Esto mejora la experiencia del cliente? Si no lo hace, estamos desviándonos.
La tecnología será clave, pero no para sustituir humanidad. Su función es liberar tiempo, quitar fricción y permitir que el equipo haga lo que de verdad marca la diferencia: atender, escuchar, anticipar. El valor no estará en sistemas que respondan rápido, sino en personas que estén disponibles y sepan conectar.
Y ese es el verdadero cambio, construir compañías donde la experiencia no dependa del turno de un empleado, sino de una cultura compartida. Equipos que entienden que anticipar y acompañar no es “ir más allá”, sino trabajar como se debe.
En un mercado donde todo se copia (habitaciones, procesos, precios, tecnología,..)lo único que no es replicable es cómo haces sentir al cliente. Esa es la ventaja competitiva que queda. La que sostiene el presente y definirá el futuro.
Las empresas que lo entiendan hoy, y lo apliquen sin excepciones, radicalmente, liderarán mañana.
Las que no, seguirán persiguiendo números sin comprender dónde está el valor.




Ciertamente se ofrece una muy buena reflexión por demás necesaria para un sector que, a menudo ha confundido hospitalidad con procedimientos, y destaca con acierto que lo único realmente irreplicable es el trato humano cuando se convierte en cultura.
Es cierto que la verdadera excelencia nace de la anticipación, no de los grandes gestos; así mismo la tecnología debe ser un habilitador que libera tiempo para que los equipos hagan lo que solo ellos pueden hacer: conectar, escuchar y resolver.
No debe olvidarse algo esencial: los resultados llegan de manera natural cuando el cliente es una prioridad auténtica, y en un mercado donde casi todo se copia, la diferencia duradera está en cómo hacemos sentir a las personas.
Enhorabuena Sr. Enrique.
Respetuosamente,
OM